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Foto del escritorPierrick Massé

EL ABRECARTAS de Luis de Pablo

Actualizado: 21 abr

DATOS PRÁCTICOS

Fechas: Del 16 al 26 de febrero 2022

Entradas: De 16 a 413 euros ver enlace



El Teatro Real estrenará el próximo 16 de febrero, a las 19.30 horas, la última ópera de Luis de Pablo -fallecido el pasado 10 de octubre-, con libreto de Vicente Molina Foix, a partir de su obra homónima.





La ópera es un mosaico -en un prólogo y seis escenas- de la primera mitad del siglo XX en España, contada a través de “relatos epistolares de vencedores y vencidos, de vividores sin escrúpulos y de supervivientes rotos, tan pasionales como desdichados.” (Vicente Molina Foix)


En la obra se articulan las voces de personajes reales -Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Eugenio D’Ors o Andrés Acero- y ficcionales, que comparten el mismo mundo tenebroso y siniestro, que les obliga a ocultar sus pensamientos, sentimientos y pulsiones sexuales.


Xavier Albertí evoca esos retazos de memorias como ‘espacios mentales’ contenidos metafóricamente en módulos de archivadores y ‘apartados de correos’ que configuran las distintas escenas de la ópera, entrelazando lugares concretos con otros que sugieren la atmósfera fantasmal de los recuerdos.


La dirección musical es de Fabián Panisello, gran conocedor de la obra de Luis de Pablo, que debutará en el Teatro Real al frente de un elenco de 11 solistas, del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real y de los Pequeños Cantores de la JORCAM.





Presentación:


El fallecimiento de Luis de Pablo (1930-2021) el pasado 10 de octubre, a los 91 años, ensombrece el estreno mundial de su última ópera, en la que el compositor nos sorprende con un lenguaje alejado de sus óperas precedentes, más cantábile, expresivo y evocador de la tradición musical española, en ese camino de búsqueda y experimentación sin complejos que ha caracterizado toda su carrera artística.

Aunque la música vocal ocupó siempre un lugar destacado en la producción de Luis de Pablo -compositor de grandísima cultura literaria y verdadera fascinación por la palabra y sus ecos sonoros y semánticos-, su corpus operístico lo conforman seis óperas escritas a lo largo de cerca de 30 años: Kiu (1983, Teatro de la Zarzuela), El viajero indiscreto (1990, Teatro de la Zarzuela), La madre invita a comer (1993, Bienal de Venecia, Teatro Goldoni), La señorita Cristina (2001, Teatro Real), Un parque (2005, Bienal de Venecia, Piccolo Arsenale) y, finalmente, El abrecartas, concluida en 2015.


Esta última ópera, concebida desde el inicio como una especie de ‘testamento vital’, se basa en la obra homónima de Vicente Molina Foix, libretista de la misma y colaborador de Luis de Pablo en cinco obras vocales, incluyendo el libreto de tres óperas: El viajero indiscreto, La madre invita a comer y El abrecartas.

La novela, Premio Nacional de Narrativa de 2007, es, en las palabras de su autor, una “anti-epopeya coral amarga, (...) llena de meandros y surcada por figuras reales y ficticias de la España del siglo XX, que se intercambian versos y amenazas, que se escriben cartas de amor y mensajes secretos que no llegarán a su destino, aunque otros los leerán y manipularán.”


La partitura de El abrecartas abarca únicamente las primeras 220 páginas del libro, que corresponden a la primera mitad del pasado siglo y a la época más aciaga de la novela, teniendo como telón de fondo la Guerra Civil, sus convulsos antecedentes y la dictadura posterior.

Partiendo de una foto antigua del colegio de Fuente Vaqueros en la que aparece Federico García Lorca con 6 o 7 años, vestido de blanco, junto al resto de los alumnos, Molina Foix creó una novela epistolar en la que da vida a uno de los niños anónimos del retrato, al que llama Rafael, que crece fascinado con el poeta. Junto a él germina un universo ficcional plasmado a través de cartas, misivas, notas, informes policiales y documentos de personajes reales -García Lorca, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Eugenio D’Ors o Andrés Acero- y ficcionales, que comparten el mismo mundo tenebroso e inquietante que les obliga a ocultar sus pensamientos, sentimientos y pulsiones sexuales.

Aunque el trasfondo histórico de la obra sea real -el asesinato de Lorca, la muerte de Miguel Hernández, el suicidio de Acero en México, etc.­ y se utilicen incluso fragmentos de documentos auténticos, los textos epistolares que entrelazan las vivencias cruzadas de los personajes son ficticios, con excepción de las palabras utilizadas en el dúo a cappella que finaliza la obra, extraídas de La destrucción del amor, de Vicente Aleixandre.

También el director de escena Xavier Albertí ha tenido que articular las referencias históricas con el mundo espectral de las voces escritas. Rehuyendo la verosimilitud con los personajes reales, su dramaturgia evoca los ‘espacios mentales’ de los protagonistas -enfatizados con las atmósferas lumínicas de Juan Gómez Cornejo- que se suceden y superponen en una escenografía metafórica diseñada por Max Glaenzel, con grandes módulos de apartados de correos que cobijan los recuerdos de papel. El vestuario de Silvia Delagneau sugiere, como el decorado, la vida entre muros, trincheras y escondites durante la primera mitad del siglo XX.

Las reminiscencias epistolares salen del papel y viven con la música de Luis de Pablo, más descriptiva y anclada a la tradición musical española y a la prosodia del castellano hablado que en óperas anteriores. Así, la partitura comienza con un breve prólogo que evoca el juego de Los lobicos con los niños del colegio y a partir de ahí, se suceden 6 escenas concebidas como retazos de vidas; un mosaico lleno de contrastes y una escritura orquestal casi camerística, pero dotada de una rica paleta de colores y poder dramatúrgico gracias al gran número de instrumentos, pocas veces utilizados como masa sinfónica.


Como apunta José Luis Téllez, “la cita y la parodia ocupan un espacio significativo en la economía significante de El abrecartas”. A lo largo de la ópera afloran ‘paráfrasis’ melódicas, más o menos disimuladas, que van desde el cancionero renacentista español, nanas o canciones populares, hasta las evocaciones de un cuplé, o una zarzuela.


El abrecartas es también un homenaje a la literatura española, desde el siglo de oro español –con la representación de La vida es sueño, de Calderón– hasta la generación del 27, con un lugar especial para el gran poeta Vicente Aleixandre, Premio Nobel de Literatura en 1977, cuya casa –que frecuentaron De Pablo y Molina Foix– fue un espacio de creación, discusión, protección y refugio de artistas durante los tiempos más difíciles del siglo XX.


En su última ópera, Luis de Pablo, ya octogenario, mira con indulgencia, dolor y nostalgia -y también con ironía, siempre que puede-, los tiempos convulsos en que España se desgarró. Lo hace loando e igualando las voces de grandes escritores y las de seres anónimos unidos por historias de amor rotas, calladas y prohibidas, con la serenidad de saberse en otro tiempo mejor y más luminoso.




EQUIPO ARTÍSTICO

Director Musical I Fabián Panisello

Director de Escena I Xavier Albertí

Escenógrafo I Max Glaenzel

Figurinista I Silvia Delagneau

Iluminador I Juan Gómez Cornejo

Coreógrafo I Roberto G. Alonso

Director del Coro I Andrés Máspero

Directora del Coro de Niños I Ana González

Coro y Orquesta titulares del Teatro Real (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)

Pequeños Cantores de la JORCAM


REPARTO

Federico García Lorca I Airam Hernández

Vicente Aleixandre I Borja Quiza

Miguel Hernández I José Antonio López

Rafael I José Manuel Montero

Alfonso I Mikeldi Atxalandabaso

Andrés Acero I Jorge Rodríguez-Norton

Salvador / Setefilla I Ana Ibarra

Ramiro I Vicenç Esteve

Comisario I Gabriel Díaz

Eugenio d’Ors I David Sánchez

Sombra I Laura Vila







ARGUMENTO:


PRÓLOGO (FUENTE VAQUEROS, 1907)

Rafael González Sanahuja, amigo de la escuela de Federico García Lorca, escribe la primera carta de las que componen El abrecartas. Evoca en ella la infancia en la que ambos jugaban a los «lobicos» y las «ovejicas». Recuerda cómo Federico compara aquella pantomima ingenua y truculenta con los actuales juegos «de dineros y tirar tiros». Rafael sabe que su amigo de infancia «nació poeta». El canto de los niños va perdiéndose en la lejanía.


ESCENA PRIMERA (VELINTONIA Y GRANADA, 1932)

La canción infantil se funde con otra música de moda: la bailan unos chicos muy atildados, mirados con dulzura por Vicente Aleixandre, el poeta que en esa casa madrileña de la calle Velintonia vive con sus padres y hermana, inquietos por el gran bullicio pero apaciguados al saber que Federico, llegado tarde a la reunión de amigos, es el que canta y toca el piano. Aleixandre y el joven Andrés Acero nos hacen llegar estos recuerdos. Acaban de conocerse y se prometen amor citando versos del poeta anfitrión. Una sombra siniestra los espía desde el jardín.

Se desvanece el salón de los Aleixandre y nos trasladamos ahora a Granada. Un Rafael adulto y bien vestido, reflexionando sobre el pasado mientras espera a su prima Setefilla Romero Sanahuja, que llega, con su aire de muchacha moderna y estudiosa. Van juntos al teatro a ver La vida es sueño, el auto de Calderón representado por La Barraca. Rafael oye con arrobo la recitación de Federico, que hace el papel de La Sombra, mientras Setefilla observa cautivada a Manuela Riera, la joven actriz que interpreta a La Luz. El merodeador del jardín sigue al acecho.

El triunfo de Lorca es tan grande que Rafael no se atreve a acercarse al poeta, que pasa a su lado vitoreado, sin reconocerle.


ESCENA SEGUNDA (GUERRA Y MUERTE, 1936-1937)

La letanía triunfal de los vítores a Federico se hace sombría en el arranque de un lamento fúnebre que empieza Miguel Hernández por la muerte de Federico García Lorca.

El contexto bélico nos permite ver a Miguel Hernández con uniforme, al soldado Rafael González Sanahuja, a los suboficiales Andrés Acero y Alfonso Enríquez, todos por separado en el campo de batalla, donde Hernández sangra y Rafael cae mortalmente herido. «La muerte está en todas partes».



ESCENA TERCERA (LOS DERROTADOS, 1942)

Vicente Aleixandre, acostado en su cama de convaleciente en la calle Velintonia, escribe un poema, buscando las palabras fuera de su habitación. «Mi corazón no existe». Pero sí tiene junto a él otras voces que le escriben. La de Setefilla Romero contándole el buen humor de un gravemente enfermo Miguel Hernández, prisionero en la cárcel de Alicante, donde ella, profesora allí desterrada, le visita. Aleixandre, que ayuda económicamente a su amigo preso, ríe con el episodio de la ratita comodona de Miguel. La risa dura poco, ya que la carta que ahora abre Vicente es de Andrés, su amante, exiliado en México, donde acabará suicidándose: «Por verte volvería a España,

pero no puedo, o no quiero». En otra carta Setefilla le comunica a Aleixandre que Miguel Hernández ha muerto en la mañana.

Desde la cama, Aleixandre no puede ver al espía siniestro, que sigue merodeando. Se trata de Ramiro Fonseca, y también escribe cartas. En la suya, al comisario general de la policía política, se ofrece como delator de intelectuales antifranquistas, y la acompaña de un rimbombante poema en loor al caudillo.


ESCENA CUARTA (LOS DERROTADOS, 1948)

En su celda del penal de Ocaña, Alfonso Enríquez, profesor de arte represaliado, le escribe a su mujer, la actriz Manuela Riera, cartas que sufren censura. Lejos de allí, Manuela escucha y calla. La censura sigue tachando palabras, y otra figura de porte masculino y rostro velado o emboscado, Salvador, despierta la curiosidad del delator Ramiro Fonseca. El triángulo que forman estos tres personajes callados, Manuela, Salvador y Fonseca, aísla a Alfonso, que se sabe engañado por su mujer, sin saber con quién le engaña. Salvador se da a conocer por carta, en su voz masculina llena de deseo hacia la actriz casada.

Alguien más se interesa por esas tres personas y por la infidelidad: el Partido, atento al sufrimiento de uno de sus militantes en prisión. «¿QUÉ ESTÁS HACIENDO, MANUELA? ACUÉRDATE DE ALGUIEN QUE SE SACRIFICA POR TI Y POR LA LIBERTAD DE NUESTRO PAÍS. ¿NOS ESTÁS TRAICIONANDO?».


ESCENA QUINTA (ORTEGA Y D’ORS, 1955)

En la jefatura de Orden Público, ante un panel fotográfico ampliado de intelectuales sospechosos de subversión, Ramiro Fonseca se dirige a un grupo de policías, en presencia del comisario general. Los policías se burlan burdamente de los escritores y artistas, que Fonseca, en tono más comedido, se jacta de conocer. Aparecen en el panel fotos de «anónimos» como Alfonso, Rafael, Manuela, Setefilla, Salvador. El comisario se enfada por esta incongruencia, y Fonseca admite el error, ciñendo su informe a las pesquisas por él realizadas, en las que se pone en duda la conversión de Ortega y Gasset antes de morir, y se dan datos del paganismo y el desenfreno amoroso de Eugenio d’Ors, aun siendo él falangista.

La comisaría se funde con la iglesia donde se consagran militarmente sus tres hijos, y después, siguiendo a d’Ors y a sus idólatras eugénicas, con el cementerio catalán donde el filósofo, muerto en plena ebullición intelectual y sensual, va a ser enterrado en una ceremonia donde no faltan los coches oficiales y las banderas del régimen. La Sombra blande una botella de Vichy catalán que esparce para hacer una regeneración simbólica. El cementerio se desvanece. Fonseca se ha quedado solo en comisaría, donde su superior le abre un expediente por «protagonismo gratuito», mientras él grita al vacío: «¿Alguien me escucha?».


ESCENA SEXTA (SALVADOR, 1956)

Alfonso Enríquez escribe una carta entre libros y archivadores, junto a una reproducción de La Venus de Urbino, de Tiziano. Es una carta de amor y de despedida a su mujer, la desaparecida Manuela, y le contesta Setefilla contándole lo que él no sabía y proponiendo un encuentro de ambos. Al encontrarse, Manuela les falta a los dos, pero los dos guardan la memoria de sus gestos, de su voz, de su figura. Y un poema del libro La destrucción o el amor que los tres, por encima del tiempo, no podrán olvidar.




Fuentes: Teatro Real de Madrid

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