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Foto del escritorPierrick Massé

UN BALLO IN MASCHERA de Giuseppe Verdi: de Estocolmo a Boston

Actualizado: 21 abr


DATOS PRÁCTICOS

Fechas: del 16 de sept. al 14 de oct. del 2020

Entradas: De 15 a 241 euros ver enlace






El Teatro Real inaugurará la Temporada 2020-2021 ─la 24ª desde su reapertura─, con Un ballo in maschera, de Giuseppe Verdi, que se ofrecerá en una producción procedente del Teatro La Fenice de Venecia y repuesta en colaboración con el Teatro de la Maestranza de Sevilla.


La inauguración oficial de la presente temporada, el próximo 18 de septiembre, será precedida, por primera vez, de un preestreno sólo para menores de 35 años ─la Gala Joven─ el 16 de septiembre.


Se ofrecerán 16 funciones de Un ballo in maschera con un aforo máximo del 75% de las localidades y con las  medidas de seguridad sanitaria implementadas en las 27 representaciones de La traviata el pasado julio, modificadas de acuerdo con la normativa aprobada recientemente por la Comunidad de Madrid.


El director de escena Gianmaria Aliverta y el escenógrafo Massimo Checchetto han introducido importantes modificaciones en la producción original del Teatro de La Fenice de Venecia para adaptarla al protocolo sanitario del Teatro Real, manteniendo intacto su concepto dramatúrgico.


Nicola Luisotti, primer director musical invitado del Teatro Real, dirigirá su sexto título verdiano al frente del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, después del enorme éxito obtenido con Don Carlo y La traviata en la pasada temporada.


Dos repartos (con cuatro Amelias) se alternarán en la interpretación de los papeles protagonistas: los tenores Michael Fabiano y Ramón Vargas (Riccardo); las sopranos Anna Pirozzi, Saioa Hernández, María Pia Piscitelli y Sondra Radvanovsky (Amelia); los barítonos Artur Ruciński y George Petean (Renato); las mezzosopranos Daniela Barcellona y Silvia Beltrami (Ulrica) y las sopranos Elena Sancho Pereg e Isabella Gaudí (Oscar).





Que debes saber: El libreto de la ópera, algo trasnochado para la época, parte de uno anterior, de Agustin Eugène Scribe, inspirado tangencialmente en el asesinato del rey Gustavo III de Suecia durante un baile de máscaras en la Ópera de Estocolmo, víctima de una conspiración. Sucesivos problemas con la censura romana y napolitana obligaron al libretista Antonio Somma a trasladar el trasfondo político de la ópera de la corte sueca a Boston, a finales del XVII, entonces bajo gobernación británica.


Presionado por la censura, Verdi renunció a mantener la acción de su Un ballo in maschera en la corte de Gustavo III de Suecia para, finalmente, situarla en el Boston del siglo XVIII. La historia de la conspiración de Renato contra su amigo Riccardo, el gobernador del Estado, que cree que lo ha traicionado y al que acaba asesinando durante un baile de máscaras, necesita de un contexto político que trascienda la anécdota personal que conduce al desenlace. Cuando la trama sucedía en Estocolmo el contexto político era evidente. Gustavo III se presentaba como un soberano ilustrado, muy popular pero enemistado con la nobleza por intentar reducir sus privilegios, hedonista, libertino, sin escrúpulos morales, borracho de poder y bailando al borde del precipicio con consecuencias fatales.


El director de escena Gianmaria Aliverta mantiene la trama de la ópera en Estados Unidos, pero desplaza la acción al siglo XIX, cuando las violentas luchas fratricidas enfrentaban los estados del Norte y del Sur, que se resistían a abolir la esclavitud y a perder otras prerrogativas abusivas adscritas a los propietarios de los grandes latifundios.


EL ARGUMENTO


ACTO I

Un salón en la residencia del gobernador

Oficiales, diputados, caballeros, y ciudadanos esperan agrupados una audiencia pública con el conde Riccardo, gobernador de Boston, que goza de una gran lealtad y respeto entre el pueblo. Pero entre ellos se encuentra un grupo de conspiradores, liderados por Samuel y Tom, que traman su asesinato. Llega Riccardo, y después de aceptar varias peticiones, repasa la lista de invitaciones que Oscar, su paje, le ha entregado para el baile. Detiene la vista en el nombre de Amelia, y se consume en sus pensamientos por la pasión secreta que siente hacia ella, aunque parezca a los demás que está ponderando difíciles cuestiones de gobierno. Aún agitado, manda salir a todos y se une a él su leal amigo y secretario Renato, que entra con aire preocupado. Riccardo teme que haya descubierto su amor ilícito hacia Amelia, la mujer de Renato, pero, en su lugar, Renato le informa de que ha sabido de los conspiradores y está seriamente preocupado por la seguridad de Riccardo. Aliviado, el conde declina desdeñosamente preocuparse y ni siquiera quiere conocer los nombres de los que quieren hacerle daño. Vuelve Oscar para anunciar que un juez desea verle. Este se presenta ante el gobernador con una orden de exilio contra Ulrica, una pitonisa, a quien acusa de promover actividades criminales entre su clientela. Oscar sale en su defensa con vehemencia, de modo que Riccardo decide llamar de nuevo a los demás y los invita a acompañarle en una entretenida expedición para ver a Ulrica, adonde acudirá disfrazado de pescador, en contra de Renato, que está convencido de que es una visita imprudente que proporciona a sus enemigos una oportunidad de atacarle. No consigue convencer a Riccardo, y Samuel y Tom constatan que efectivamente esta puede ser la ocasión que buscan.

La cueva de la pitonisa

Riccardo llega el primero a la lúgubre cueva de Ulrica, cuando esta invoca al espíritu del abismo frente a un público fascinado de mujeres y niños. Entra Silvano, un marino, que se lamenta por los años de servicio sin recompensa prestados al conde. Ulrica le lee la mano y predice que pronto recibirá la recompensa que espera. Esto impulsa a Riccardo a sacar una bolsa de monedas para Silvano junto con una promoción, y depositarla en secreto en el bolso del marino como ‘prueba’ de que la profecía se ha cumplido. El marino lo abre para compensar a Ulrica y al descubrir la bolsa, grita de emoción, atónito, y el público aclama su entusiasmo por los maravillosos poderes de la pitonisa. En ese momento, un hombre, que Riccardo reconoce como uno de los sirvientes de Amelia, entra para preguntar si esta puede hacer una consulta privada. Ulrica pide a todo el mundo que salga, pero Riccardo se queda atrás, sin que le vean, para saber más. Amelia entra desconsolada y solicita la ayuda de Ulrica: está enamorada sin remedio de otro hombre y desesperada por librarse de la carga de esa culpa. Ulrica la tranquiliza, respondiendo que si tiene el coraje de ir en lo más profundo de la noche a los campos desolados donde se llevan a cabo las ejecuciones públicas, encontrará una hierba mágica que crece entre esas rocas y posee el poder de restaurar su pesadumbre. Amelia tiembla de miedo de pensarlo pero, a pesar de todo, anuncia que irá esa misma noche a buscar la hierba que le ha indicado Ulrica. Lleno de alegría al descubrir que Amelia le corresponde, Riccardo decide seguirla cuando llegue la hora. Cuando Amelia sale, Ulrica abre la puerta y recibe a un grupo de hombres ataviados con extraños ropajes. Riccardo se une a ellos y procede como un pescador bravucón a ofrecerle la mano a Ulrica para que la lea. Ella observa la palma y ve que es una persona importante, pero entonces se interrumpe bruscamente y se niega a decir más. Sólo después de mucha insistencia, ella desvela lo que ha visto: que será asesinado por un amigo, el primero que estreche su mano ese día. Esta profecía crea un revuelo horrorizado entre los demás, pero Riccardo insiste, a pesar de todo, en desdeñarla, y se mueve entre ellos tendiendo la mano, que todos evitan aceptar. Cuando entra Renato, Riccardo se aprovecha de que su mejor amigo desconoce la profecía, se dirige a él y toma su mano, con la intención de probar que Ulrica se equivoca. Ante la reacción atónita de Renato, Ulrica reconoce a Riccardo; este premia su ‘error’ y le concede clemencia frente a la amenaza de exilio, a pesar de que ella insiste, al igual que Renato, en que le acechan intenciones malvadas. Los demás lo alaban y los conspiradores constatan que, sin pretenderlo, Ulrica le ha librado del mal.

ACTO II

Un campo solitario a las afueras de la ciudad

Noche cerrada. Amelia ha llegado al campo de ejecuciones a las afueras de Boston y mira alrededor, aterrada. Cuando las campanadas anuncian la medianoche, vencida por visiones espantosas, impotente, cae de rodillas, impulsando a Riccardo a salir de la oscuridad para acudir a su lado. Ella le implora que la deje, y le recuerda que pertenece a otro que daría su vida por su amigo; pero a pesar de su intenso remordimiento, Riccardo, desbordado por la pasión, le ruega que le confirme que también le ama. Ella no puede negarlo, aunque continúa con su súplica: su temor es que el único resultado de ese amor inmoral sea la muerte. En ese momento, llega Renato, ansioso por alertar a Riccardo de que sabe que los conspiradores están cerca y que están listos para atacar. Tras dudarlo, Riccardo acepta marcharse, encargando a Renato que cuide de Amelia, que se ha cubierto a toda prisa con un velo, y que la acompañe de vuelta a las puertas de la ciudad sin intentar desvelar su identidad. Apenas se ha ido Riccardo cuando se presentan a escondidas en el lugar de la escena Samuel y Tom con sus partidarios. Sorprendidos e irritados de encontrar solo a Renato con una misteriosa mujer, intentan quitarle el velo, para averiguar quién puede ser. Pero Renato les amenaza con su espada. Amelia, fuera de sí, se apresura en su defensa y retira el velo, para estupefacción general: los conspiradores sopesan con sarcástica satisfacción cómo va a recibir la ciudad esta noticia, mientras que Renato se reafirma furioso en su dolor y tormento por este golpe terrible e inesperado, y Amelia solloza en un impotente abandono. Antes de marcharse para acompañar a Amelia a la ciudad como ha prometido, él invita a los conspiradores a que vayan a su casa a la mañana siguiente, para tratar de una propuesta importante que quiere hacerles. Ellos aceptan gustosamente y se marchan con regocijo anticipado, dejando a Renato y Amelia que emprenden su angustiosa vuelta a casa por caminos opuestos.

ACTO III

Un estudio en la casa de Renato

Renato y Amelia están solos. Él declara con determinación que ella no merece ni compasión ni clemencia, a pesar de que ella insiste desesperadamente en que la única base para condenarla a muerte es una sospecha equivocada de adulterio. Entonces le ruega permiso, que él concede, para abrazar a su hijo por última vez. Pero cuando ella sale, él sopesa si la débil voluntad de su mujer es motivo suficiente para reclamar su vida y decide concentrar su sed de venganza sobre su antiguo amigo. Samuel y Tom llegan según lo convenido y Renato les informa de su intención de unirse a ellos en la conspiración para asesinar al conde. Todos se disputan el privilegio de matarle, pero su disputa se resuelve cuando Renato introduce en un jarrón las papeletas con sus nombres y hace que Amelia saque una, que determinará el asesino designado: se trata de Renato. Él se regocija, mientras Amelia se entera de que un terrible plan está tomando forma. Oscar entra para anunciar la invitación del conde a un baile de máscaras esa misma noche. Los conspiradores reconocen que es la oportunidad perfecta para asesinar a Riccardo, y cuando están decidiendo su disfraz, Amelia se da cuenta de que debe alertar a Riccardo sin traicionar a su marido.

Un despacho suntuoso en la residencia del gobernador

Riccardo cavila con pesimismo sobre su sentido del deber y el honor hacia Renato y decide, tras atormentarse largamente, firmar un decreto para transferir al matrimonio de vuelta a Inglaterra. Dobla el papel y lo guarda en el bolsillo de la camisa; el comienzo de la música de baile le recuerda tristemente que al menos podrá ver a Amelia una vez más. Entra Oscar con un mensaje de una mujer anónima que le advierte de que durante el baile atentarán contra su vida. A pesar de todo, él envía a Oscar para que prepare su llegada, como estaba previsto, negándose a rendirse al miedo.

Un salón amplio y ricamente decorado en la residencia del gobernador

Durante el baile, los conspiradores se dispersan con sus trajes de fiesta buscando a su víctima. Oscar tarda poco en reconocer alegremente a Renato, que capitaliza la situación y confunde al reticente paje para que le desvele los rasgos del traje de Riccardo. Entretanto, Amelia ha encontrado a Riccardo y le implora desesperadamente que escape a la suerte que le espera. Pero él le responde que su seguridad no le preocupa lo más mínimo si ella le ama, y le comunica que, a pesar del intenso sufrimiento que ello le produce, ha decidido que ella y Renato se vayan al día siguiente a Inglaterra. Él trata de marcharse, pero vuelve para despedirse otra vez. En ese momento Renato corre hacia Riccardo para asestarle una puñalada mortal con un cuchillo oculto. El grito de auxilio de Amelia alerta a la gente y Renato es detenido rápidamente, pero el conde moribundo impone que sea liberado y le jura que nunca comprometió la honestidad de Amelia con su amor espurio; saca el decreto como prueba de que pretendía salvaguardar el honor de Renato y el corazón de ella sin mancha. Renato, desolado, se da cuenta de su error mientras Riccardo muere y cae el telón.





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Fuente: Teatro Real de Madrid


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